LA CIUDAD
LA CIUDAD, esta selva de cemento en que las bestias se hermanan para sobrevivir. Y uno, a ratos desorientado, a ratos solo, se aferra a las criaturas que se cruza con ese fragor que dicta la necesidad real de calor y compaña. Y se fraguan candelas que arden sin esfuerzo porque se alimentan del hambre y del miedo que da la ciudad apagada. Las manos se agarran solas ante un callejón sin salida, ante el laberinto, la duda y el tumulto…ante esa soledad extraña que se fragua en el corazón de la colmena. Esta llena la ciudad de singulares que deambulan buscando su camada, su tribu, su lugar…la respuesta a su pregunta, el apósito a su herida, el reflejo de su extravagancia en los ojos de otro que sepa mirar distinto. Y en ese caldo de cultivo de anhelantes y de exploradores, de parias y desparejados se producen encontronazos eléctricos que incendian el segundo con la intensidad de una cerilla, desvaneciéndose exactamente con la misma inmediatez. Y uno se acostumbra a conocer y a desconocer a un ritmo vertiginoso, a amar y a desamar, a necesitar y a desprenderse, a volcar las entrañas sobre un lecho que mañana no existe, a seguir camino sin echar la vista atrás...sin drama ni memoria más allá de lo aprendido. La vida si la dejas te enseña, te curte y te impulsa a caminar más deprisa sobre las ascuas en las que antes quedabas encallado. No es menos real lo transitorio ni deja de tener sentido lo efímero. Conservo un recuerdo imborrable de personas de paso que cumplieron de largo su misión. UNO NUNCA OLVIDA AQUELLO DE LO QUE APRENDE. Y A VECES AVANZAR ES COMPRENDER LA BELLEZA DE LO QUE SOLO NOS ACOMPAÑA UN TRAMO.
